Nací el 9 de Agosto de 1996. 

La música siempre me ha movido el alma, la mente y el corazón. Sin embargo, jamás me había sentido capaz de hacer algo grande. No me sentía lo suficientemente buena para hacer algo frente a muchas personas. Vivía con el miedo constante de no agradarle a la gente, de que hubiera alguien mejor que yo y de aburrir al público. Mi madre era la que cantaba, yo sólo la admiraba y la acompañaba. Todos me decían cosas como “qué hermoso canta tu madre”, o “¿Eres hija de la hermana Helga? Tiene una voz preciosa”. Yo quería ser como mi mamá, como los del coro del tabernáculo, como todos los cantantes del mundo. Le agradezco a mi mamá darme la oportunidad de cantar “Soy un hijo de Dios” en cada una de sus presentaciones.

Mi papá tocaba el piano, y aprender siempre había sido uno de mis más grandes sueños. Pero al marcharse de casa mi sueño había quedado dentro del piano blanco de cola que teníamos y que tuvimos que vender después de unos años. 

Nos mudamos a un hogar más pequeño. Entré a la secundaria y ahí comencé a darme cuenta de que a mis amigos les gustaba que les cantara. Determinadamente, tomé una guitarra vieja que teníamos y comencé a buscar lecciones en internet para aprender por mi misma. Meses después, junto con mi mejor amiga que falleció el pasado 14 de febrero, tocamos nuestra primer canción en público. Todos se habían vuelto locos con nuestra presentación. Comencé a tener más amigos y recibía palabras muy alentadoras que me motivaban a seguir cantando y tocando. 

Finalmente después de un año regresamos a Cuernavaca y ahí fue el parte aguas de mi vida entera. Cada jueves las mujeres jóvenes teníamos nuestras mutuales y una tarde de esas entré al salón de la primaria buscando a mi mamá. No había nadie, pero vi el piano en la esquina y el banco un poco movido de lugar. Las ventanas estaban cerradas y las luces estaban apagadas, pero el sol iluminaba todo el salón. Entonces entré, cerré la puerta y decidí sentarme.

Tomé el himnario que estaba sobre el piano y escogí un himno al azar. Tenía algo de noción en cuanto a la manera de tocarlo, pero era tan torpe con los dedos. Nada de coordinación, nada de ritmo, nada de nada. Entonces me reté a mi misma ese día y decidí tocar los himnos en el programa anual de la primaria. Cada semana de mutual practicaba alrededor de 15 minutos y después me marchaba a casa. Siempre que tenía la oportunidad de sentarme en ese salón lo hacía. Fue así, con constancia y amor a lo que estaba haciendo lo que me llevó a tocar el piano el día de hoy. No de manera perfecta, ni exquisita como quisiera. Pero mi sueño se cumplió. Mi voz se fue desarrollando más, fui retándome poco a poco a vencer mis miedos y a mostrarme a los demás.

En la preparatoria tuve oportunidad de concursar en un encuentro nacional de arte y cultura en Durango. Me fui representado a Morelos. Gané otros concursos aquí en la ciudad. Pero a decir verdad, a pesar de que esas experiencias han marcado determinantemente quien soy ahora, puedo decir que lo que más me ha ayudado a definir quién soy realmente es cada oportunidad que he tenido de servir en la Iglesia. Me llamaron como directora de coro de la estaca y he estado sirviendo por 4 años, ahora soy Coordinadora Auxiliar del FSY encargada del Programa Musical.

Sigo teniendo miedos, sigo enfrentándome a mi misma todas las mañanas frente al espejo. Pero ahora, se quién soy. Y toda mi infancia lo canté y no había caído en cuenta: Soy una hija de Dios.
Y no importa si un día me levanto y no me siento bonita, o si no me siento con el talento suficiente. Al cantar sin importarme qué piensen de mi con el único objetivo de tocar el corazón de las personas no ha habido una sola ocasión en la que mi Padre Celestial no me recuerde quién soy.
Somos seres imperfectos con un potencial perfecto. No se trata de no tener miedo, sino de tenerlo y aún así hacer las cosas. No se trata de ser el mejor, ni de sentirse el mejor, sino de saber que estamos dando lo mejor de nosotros.

Agradezco a mi madre por siempre empujarme a hacer las cosas aunque me sienta la más incapaz y por enseñarme las razones correctas por las que se deben hacer las cosas.

A lo largo de mi vida, con tantas experiencias de aprender por mí misma, puedo compartir con los demás mis talentos y dones. Y comparto mi testimonio del servicio a nuestros semejantes. Porque nuestros talentos no se tratan de “yo hago esto” o del “yo soy”. Se trata del “puedo ayudarte”, del “te canto esto para inspirarte”, o del “quiero que sientas lo que yo siento” y así ayudar a cambiar vidas. El Padre es tan maravilloso que nos ha dado a todos un don. Es nuestra tarea descubrirlo y adquirir más dones cada vez.
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El amor a nuestros semejantes crecerá, eso es una promesa que yo hago porque lo he vivido. Y recibiremos tantas bendiciones que será imposible negarnos a compartir lo que somos.